Cuba: un trampolín al suicidio

Para ello debemos comenzar por identificar al primer Castro que aparece frente a los cubanos. Al revolucionario de carácter libertario, sin rótulos marxistas y esparciendo esperanzas de justicia social cuando en realidad sus verdaderas intenciones era capturar el poder y allí perpetuarse.
Sus propósitos no afloraron de la noche a la mañana. El proceso tomó tiempo. Pues mantuvo en secreto su fatídico plan hasta el zarpazo final. Apoyándose en el sistema comunista, el cual le ofrecía la posibilidad de gobernar indefinidamente sin consulta electoral.
Para llegar al gobierno utilizó una excelente herramienta: la venta de sueños. Basta con revisar su famoso discurso “La historia me absolverá” durante el juicio por el ataque al Cuartel Moncada. Ahí, entre los muchos atractivos planteó:— “La Declaración de Independencia del Congreso de Filadelfia el 4 de julio de 1776, consagró este derecho en un hermoso párrafo que dice: "Sostenemos como verdades evidentes que todos los hombres nacen iguales; que a todos les confiere su Creador ciertos derechos inalienables entre los cuales se cuentan la vida, la libertad y la consecución de la felicidad…”
Sin embargo, apenas asume el poder, cambia el rumbo y comienzan las decepciones. Muchos revolucionarios que habían combatido a su lado se sintieron traicionados e iniciaron las reclamaciones en voz alta.
Varios fueron fusilados sin contemplaciones. Incluyendo algunos que formaban parte de su círculo íntimo. Otros recibieron largas condenas. Fue implacable con sus antiguos compañeros.
No toleró una sola queja. Y utilizó los brotes de disidencias para exponer el carácter socialista de la revolución. Enterrando para siempre las viejas promesas de libertad, democracia, elecciones libres.
Convirtió a Cuba en un país desconocido. Maltratos, fusilamientos, expropiaciones, abusos de toda índole. No obstante, la fe inicial en la Revolución era tan grande, que anuló en una parte de la población el poder de análisis. Y hubo gente que continuó ciega. Los ojos del déspota atraían a su rebaño como la mirada de la serpiente que fascina a los pajaritos que serán su presa.
Cuando extendió el impulso se apoderó de todo. Cerró la prensa, nacionalizó la industria, controló la vida de cada ciudadano con los llamados Comité de Defensa de la Revolución y hasta hizo añicos a la iglesia católica.
Intervino colegios, silenció publicaciones y comenzó a expulsar sacerdotes del país. En 1961, sólo en una noche, botó a 130 curas en un barco hacia España. Sin contar las decenas de cristianos que fueron llevados al pelotón de fusilamiento.
La centralización del poder se hizo repugnante. Hasta la mente de los alumnos tenía una pequeña dosis de control. De ahí que servir al estado se convirtió en una “profesión”. Los estudiantes se formaban con un estricto postulado: “Primero comunistas, después técnicos”
Como decía el filósofo y médico inglés John Locke: “La tiranía de una multitud es una tiranía multiplicada”
Pero no conforme, desató la “ofensiva revolucionaria”. El 13 de marzo de 1968, en uno de sus discursos más rabiosos, anunció la eliminación de los últimos sobrevivientes. Ahí cayeron las bodeguitas, los vendedores de churros, las peluquerías, etcétera. Hasta las tijeras dejaron de afilarse en las calles.
La ofensiva también abarcó a los homosexuales, los melenudos, los hijos de burgueses, los irreverentes. Todos fueron a parar a campos de trabajos forzados bajo la irónica denominación de Unidad Militar de Ayuda a la Producción (UMAP)
Disparaba discursos kilométricos de siete u ocho horas en cadena nacional; los cuales eran obligatoriamente repetidos en todos los medios de difusión. Hablaba de estadísticas que nadie podía comprobar, del maravilloso futuro que nos esperaba, de la buena marcha del país, y cuántos absurdos trepaban por sus enfermas neuronas. La faena era hablar y prometer. Hasta que el pueblo se viera enredado en una telaraña de promesas que nunca tendría fin.
De esas ególatras narraciones nacieron varios proyectos. Uno de ellos, sembrar café en toda La Habana. En el cual se utilizaron jardines, techos, materos, pasillos y cualquier rincón disponible que soportara una mata. De los resultados no es necesario hablar. Todo el mundo sabe que no se logró recoger ni siquiera un puñado de granos para colar una taza.
Un día se le ocurría crear un híbrido para obtener una vaca más pequeña que una chiva y la gente pudiera criar en los balcones. Otro, mezclaba razas de ganado a su gusto . Hasta convertir a Cuba en un país que no era capaz de producir ni el azúcar que necesitaba para el consumo.
Cuando se transformaba en un chef de cocina pasaba horas y horas con una ollita explicándole a los cubanos el embarazoso proceso de hacer el arroz blanco. Mientras que los años pasaban y las nuevas generaciones se hundían en sus fracasos.
En manos de este señor Cuba estuvo más de medio siglo. Entre locuras, disparates, arbitrariedades, abusos. Sin embargo, hoy lo tratan de vender algunos sectores como el estadista, el genio, el justiciero. Hasta Bernie Sander ha dejado escapar elogios por este sátrapa. ¡Dios mío!
Mi generación, que lo sufrió hasta los huesos y que hoy está de salida, debe taparse la nariz y mirar al cielo ante estas afirmaciones. De lo contrario, corremos el riesgo de morir en el carnaval de los absurdos. Elaborado por quienes jamás tuvieron que padecer su tiranía o quienes se resignaron a resistirlo hasta su muerte.
Porque el mal, siempre puede estar ahí, apoyándose en los oportunistas, en los odiadores o en el montón amorfo de los que están conformes con su suerte.
¿Del tirano? Del tirano
Di todo, ¡di más!, y clava
Con furia de mano esclava
Sobre su oprobio al tirano.
José Martí